Ciudad atlántica con dos fachadas litorales, península en forma de T unida a la costa por una
estrechísima lengüeta, puerto comercial cuya fundación se pierde en las tinieblas de la historia,
dínamo cultural para las letras gallegas, destino vacacional preferido de la burguesía española,
A Coruña es una ciudad-matrioska cuyos diferentes rostros se van desplegando ante el
visitante sin que este sepa o pueda decidirse por uno en concreto.
Situada en el noroeste de Galicia, sus 250.000 habitantes la convierten en la
segunda ciudad por población de la comunidad, tan solo superada por Vigo.
A Coruña
representa asimismo el corazón urbano de una de las mayores áreas demográficas del norte de España,
que se extiende desde Arteixo hasta Ferrol, incluye localidades tan importantes como Betanzos,
Pontedeume o Fene, y en la que viven uno de cada cuatro gallegos. Su privilegiada ubicación,
dominando la entrada a una ría que a su vez forma parte de un vasto y fértil golfo (el golfo
Ártabro), explica la importancia alcanzada por A Coruña como punto intermedio en las rutas
comerciales a lo largo de la historia. El faro romano de la
Torre de Hércules,
uno de los símbolos de la ciudad y elemento principal de su escudo, da fe de la relevancia que
poseía A Coruña como enclave fundamental para el comercio marítimo entre localidades atlánticas y
el norte peninsular hace ya más de dos mil años. Las fuentes escritas de época romana conservadas
le dan a la ciudad, o más probablemente al espacio geográfico que engloba toda la bahía, el nombre
de Portus Magnus Artabrorum. Es en el siglo XIII cuando se consolida un importante
núcleo de población en la zona sur de ese promontorio circundado por las aguas del Atlántico: la
Ciudad Vieja, convertida hoy en el barrio egregio de A Coruña, nació dándole la espalda a la Torre
de Hércules. Lo que podría verse como el síntoma de una rebeldía «moderna» avant la lettre,
en realidad reflejaba el mayor de los pragmatismos: las callejuelas del burgo medieval, al menos en
esos primeros momentos, se hicieron desembocar con evidente deleite y sentido común en la vertiente
plácida y tranquila de la ría, mientras que el faro romano llevaba ya por entonces más de mil años
expuesto sin recato a la fachada más salvaje y dura del océano.
Por supuesto, la fisonomía actual de la Ciudad Vieja ha sufrido ulteriores e
importantes lavados de cara a lo largo de los siglos. Cabe decir, sin embargo, que las reformas no
han menoscabado ni un ápice el encanto del barrio más antiguo de Coruña. Por el contrario, han
servido para conferirle un aire señorial, donde los matices barrocos y neoclásicos se yuxtaponen
con maestría arquitectónica al espíritu románico que late en el fondo de la Ciudad Vieja. Así,
un templo de origen románico como la estupenda iglesia de Santiago —la más antigua de la ciudad,
recibía a los peregrinos que arribaban al puerto coruñés desde el norte de Europa— conserva solo en
su estilo original los ábsides, la puerta lateral y la magnífica fachada principal, con un tímpano
sostenido por ángeles y la imagen a caballo de Santiago Matamoros. Otra iglesia cuya
construcción inicial data del siglo XIII es la colegiata de Santa María, templo que despunta por su
elegancia y belleza. El aspecto actual se debe a distintas rehabilitaciones y ampliaciones
experimentadas entre los siglos XIV y XIX. En la plaza que la precede se levanta uno de los
cruceiros más antiguos (s. XV) de Galicia. Lugares de particular interés de la Ciudad
Vieja son, entre otros muchos, el convento y la plaza de Santa Bárbara, el jardín de San Carlos
—antiguo baluarte defensivo en cuyo centro reposa el sepulcro-monumento funerario del general
inglés John Moore, muerto en 1809 durante la batalla de Elviña cuando comandaba al ejército inglés
que defendía Coruña de las tropas napoleónicas—, la bellísima plaza de Azcárraga de forma
rectangular y flanqueada por inmensos plátanos, o las numerosas casonas de ilustres residentes,
verdaderos palacios urbanos, que atestiguan el desarrollo alcanzado por la ciudad desde el siglo
XV.
Elemento señero de esa arquitectura privada es, sin duda, el palacio neoclásico
del Marqués de San Martín de Hombreiro, tanto como el edificio que hasta hace muy poco tiempo
ocupaba el Gobierno Militar, en la calle Veeduría, donde se hospedó en 1520 el mismísimo Carlos I
con motivo de las Cortes celebradas en la ciudad de A Coruña. También sobresale el palacio de la
Condesa de Pardo Bazán, sede actual de la Real Academia Gallega, así como la casa donde vivieron el
historiador Manuel Murguía y su esposa Rosalía de Castro —la figura más universal de la poesía
gallega—, o el elegante palacio de Cornide, edificio proyectado por Francisco Llovet en el XVIII
donde nació el ilustrado José Cornide Saavedra, finalmente regalado a la familia Franco cuando en
España mandaba quien mandaba.
Todavía se conservan tramos de las antiguas murallas defensivas que rodeaban la
Ciudad Vieja, especialmente en la zona próxima al jardín de San Carlos. Este pequeño espacio de
recreo sirve además de extraordinario mirador, ofreciendo una amplia perspectiva sobre la zona
portuaria y el castillo de San Antón, fortaleza construida sobre un islote por orden de Felipe II y
que alberga el Museo Arqueológico e Histórico. La Ciudad Vieja, a veces llamada también Ciudad
Alta, representa un punto de partida (o de llegada, según se mire) magnífico para el visitante que
desea conocer A Coruña. La vía de acceso natural a la Ciudad Vieja se produce desde uno de los
lugares más emblemáticos de la urbe herculina, que además sirve de nexo con A Pescadería, el barrio
más céntrico y genuino de la ciudad: la colosal plaza porticada de María Pita. En esta céntrica y
hermosísima plaza se yergue la admirable casa do concello, un palacio de estilo ecléctico e
historicista de principios del siglo XX. La majestuosa fachada del Ayuntamiento coruñés, que acoge
también un interesante Museo de los Relojes, posee tres torreones coronados por tres espléndidas
cúpulas de color granate.
El imponente edificio compone con el resto de edificios de la plaza un conjunto
armónico de gran belleza. El espacio se complementa con una estatua que recuerda la figura de María
Pita, la heroína local que se significó en la defensa de la ciudad ante el ataque de la flota
inglesa comandada por el pirata Francis Drake en 1589. La plaza de María Pita conforma una
especie de inmenso patio interior, una de cuyas fachadas posteriores, en dirección sur, se asoma a
la Marina, la avenida portuaria que presume de contar con otro de los iconos de la ciudad
herculina: sus famosas galerías. Las galerías de la Marina, construidas en la segunda mitad del
siglo XIX, forman un soberbio conjunto balconado de madera blanca y cristal. Como demostración de
la pujanza de una burguesía en auge, representan uno de los ejemplos más logrados de arquitectura
civil y urbana no solo de Galicia, sino de toda España. Es por las bellas galerías de la marina, en
fin, que a la urbe coruñesa se le conoce con el merecido apelativo de Ciudad de Cristal.
Como se ha dicho, probablemente sea el de La Pescadería el barrio coruñés par
excellence, aquel en el que se percibe con toda nitidez la personalidad propia de la ciudad
herculina. Porque ciudades con admirables cascos viejos y burgos medievales delicadamente
rehabilitados las hay en otros lugares. En Galicia, sin ir más lejos, Pontevedra y
Santiago de Compostela
presentan centros históricos superiores, en cuanto a extensión, patrimonio y conservación, al de A
Coruña. Pero pocas urbes pueden jactarse de contar con una barrio que refleje tan bien la filosofía
vital de sus conciudadanos, en este caso ese corunnan way of life del que, medio en broma,
medio en serio, presumen los habitantes de la ciudad herculina desde hace ya bastantes
décadas.
Una forma coruñesa de vivir que sabe mezclar sabiamente lo divino con lo
profano, los placeres terrenales con los goces del espíritu, y que se plasma a la perfección en
este dinámico barrio, centro neurálgico del tapeo coruñés, formado en su mayoría por calles
peatonales llenas de restaurantes,
bares,
sidrerías, cafés, mesones, tascas, pero en el que no faltan teatros, auditorios, bibliotecas,
museos,
filmotecas y donde, por no olvidarnos de la veta comercial, junto a las tiendas y boutiques de las
grandes cadena de distribución perviven, bien que cada vez con mayor dificultad, locales
familiares, librerías de segunda mano, mercados populares o mercerías. En conjunto, el barrio se
extiende a lo largo de una polifonía de ruidos, colores, aromas y sabores, en definitiva, una
alegría de vivir que parece confirmar ese dicho tan popular en Galicia de que «Vigo trabaja,
Pontevedra duerme, Santiago reza y A Coruña se divierte».
Por otra parte, La Pescadería, lejos de ser un barrio de nuevo cuño, atesora una
larga y próspera
historia.
Su origen se remonta a finales del siglo XIII, justo después de la consolidación del burgo
medieval, experimentando un desarrollo vertiginoso a partir del siglo XVIII. Claro que, todo sea
dicho, a lo largo del Ochocientos la zona sufrió profundas y numerosas alteraciones, que explican
el aspecto actual. La magia del barrio, insistimos, perdura. Basta con observar un mapa de Coruña
para darse cuenta de la singularidad, también geográfica, de la Pescadería: en efecto, rodeado
doblemente por las aguas del puerto al sureste y con la línea azul del Atlántico cimbreando en la
ensenada del Orzán por el noroeste, el barrio ocupa el estrecho istmo que une la península
coruñesa, donde se hallan la Ciudad Vieja y la Torre de Hércules, con el continente.
Dentro del
patrimonio monumental
de esta céntrica zona coruñesa sobresale la iglesia de San Jorge, próxima a la plaza de María Pita.
Dos de los más famosos arquitectos gallegos de todos los tiempos están vinculados a este hermoso
templo neobarroco: Domingo de Andrade, quien proyectó la iglesia en 1693, y Fernando de Casas
Novoa, que asumió la dirección de los trabajos décadas más tarde. En cualquier caso, aunque la obra
maestra de Casas Novoa no es otra que la colosal fachada del Obradoiro de la
catedral de Compostela,
cabe señalar que, en el caso de la iglesia de San Jorge, el trazado de la fachada se atribuye a
Clemente Fernández Sarela.
Muy cerca se encuentra otro estupenda muestra de arquitectura religiosa: la
iglesia de San Nicolás, reconstruida totalmente en el siglo XVIII. El corto trayecto entre ambas,
que supone adentrarse por las callejuelas peatonales de La Pescadería, le reporta al caminante
gratas sorpresas, como el interesante mercado de San Agustín, un gran edificio de inspiración
racionalista. Precisamente enfrente del mercado se halla la divertida plaza del Humor, concebida
por el artista Siro como un homenaje a las grandes figuras gallegas del humor. Presiden la plaza
las figuras en piedra de Álvaro Cunqueiro y Castelao, sentados sobre dos bancos de granito. En un
nivel inferior de la plaza se levantan, sobre tres pedestales, los bustos de Julio Camba, Vicente
Risco y Wenceslao Fernández Flórez. El conjunto se cierra con un piso de mármol en el que aparecen
dibujados personajes como Mortadelo y Filemón, Groucho Marx o Astérix y Obélix. El eje de La
Pescadería lo traza la peatonal calle Real, paralela a la avenida de la Marina. Animada y siempre
concurrida, probablemente se trata, junto con la viguesa rúa Príncipe, de la calle con mayor
actividad comercial de toda Galicia. La calle desemboca en los Cantones, donde ilustres edificios
como la sede del Banco Pastor dan buena muestra del esplendor vivido por
A Coruña
durante las primeras décadas del siglo XX. En los Cantones se levanta, asimismo, un obelisco —otro
emblema de la ciudad— erigido en 1895 en honor de Aureliano Linares Rivas.
Cruzando la calle de los Cantones se llega a los jardines de Méndez Núnez,
levantados en un área que es ya de terrenos ganados al mar y que incluye a buena parte del propio
puerto coruñés.
El Teatro Colón, el Kiosco Alfonso o el singularísimo edificio de La Terraza, en estilo ecléctico,
conforman el agradable entorno de estos céntricos jardines situados en vertiente interior del istmo
coruñés. Al otro lado, apenas un par de cientos de metros en línea recta, se encuentra la bahía
exterior conformada por las playas de Riazor y Orzán.
Sin duda, representan los arenales coruñeses uno de los mayores atractivos de la
ciudad. Las
playas de A Coruña
de Orzán y Riazor se integran en un inmenso continuo solo interrumpido por la Coraza, un rompeolas
que se ha conservado de la antigua muralla. Únicas por su céntrica ubicación, dotadas de una
belleza singular, ambas playas forman, frecuentemente con la imagen de la Torre de Hércules al
fondo, una de las estampas más reconocibles de A Coruña, reproducida una y otra vez en infinidad de
postales. Lo dicho hasta aquí no es más que un pequeño aperitivo de todo lo que A Coruña
ofrece al visitante. Pero no podemos olvidarnos del impresionante paseo marítimo que envuelve la
ciudad —sus trece kilómetros de longitud lo convierten en el de mayor extensión de toda Europa—,
los numerosos
museos
que la pueblan, destacando particularmente el de Bellas Artes o la completa red de museos
científicos —la Domus o Casa del Hombre, por ejemplo, posibilita una de las experiencias más
interesantes que se pueden tener en un museo gracias a sus incontables módulos interactivos para
uso y disfrute de los usuarios—, el Aquarium Finisterrae, el Palacio de la Ópera y, en fin, una
variadísima agenda de eventos que incluye festivales de música, representaciones teatrales,
conferencias, mercadillos o fiestas de tanta solera como la de San Juan. En definitiva, una amplia
oferta de ocio y cultura que, unida a una animada vida nocturna, da pleno sentido al lema adoptado
desde hace años por A Coruña: La ciudad donde nadie es forastero. |