En este artículo realizaremos un repaso cronológico a la historia de A Coruña.
Orígenes legendarios de A Coruña
Una antigua leyenda vincula la fundación de A Coruña con el mismísimo Hércules o
Heracles, el semidiós griego hijo de Zeus. En su algo bizarra Historia de Galicia (1865),
Benito Vicetto trazó otra genealogía no menos fantasiosa: el origen de la ciudad se remontaría a
Brigo, bisnieto de Noé. Finalmente, Manuel Murguía impulsó, a finales del siglo XIX, la leyenda
irlandesa de Breogán, un caudillo celta que sería el fundador de Brigantia en el emplazamiento de
la Coruña actual.
Prehistoria: primeros pobladores
Hasta aquí el mito. Que alguna, o todas, de tales leyendas tenga un fondo de
verdad (así ocurre, por ejemplo, con Troya) es algo en lo que ahora no se entra. Aquí partimos de
los datos ciertos: hallazgos neolíticos confirman que el área próxima a la ría de Coruña estaba
habitada hace ya 4.000 años. Los arqueólogos, además, han descubierto rastros que nos hablan de una
continuidad en el tiempo. Por ejemplo, se han encontrado piezas del período 900-700 a.C., esto es,
de la última fase del conocido como Bronce Final.
Cultura castreña y romanización
Siglos más tarde, las fuentes grecorromanas se refieren a los habitantes de esa
zona como ártabros y al espacio marítimo conformado por las rías de Coruña, Betanzos, Ares y Ferrol
como Portus Magnus Artabrorum. Basándose en tales fuentes, Otero Pedrayo rebautizó dicha
área litoral con el nombre de golfo Ártabro, denominación ya consolidada.
La población prerromana se distribuía por numerosos asentamientos, algunos tan
importantes como el castro de Elviña. Según narra el historiador romano Dion Casio (nacido en el
año 155 d.C.), Julio César desembarcó al mando de una flota en algún punto del Portus Magnus
Artabrorum en el año 61 a.C., haciéndose con un copioso botín. En cualquier caso, no fue hasta la
época de Augusto cuando la zona se incorporó al Imperio. Con la romanización, la población local
fue poco a poco abandonando la dispersión de los castros para concentrarse en una ciudad que
recibió el nombre de Brigantium (o Brigantia). La mayoría de los historiadores identifica esta
ciudad con
A Coruña,
si bien no hay unanimidad y ciertos estudiosos consideran que Brigantium estaría más cerca de la
actual Betanzos.
Entre los siglos I y II se levantó el faro romano, origen de la actual
Torre de Hércules.
Fue el momento de mayor esplendor de la ciudad, que aprovechó su privilegiada ubicación para
desarrollar importantes relaciones comerciales con otras partes de Imperio: fachada atlántica,
Italia, Bética y África.
Edad Media
Desde finales del siglo IV, con el largo ocaso del Imperio, toda Europa
occidental experimentó un debilitamiento de la vida urbana, fenómeno precursor de la ruralización
feudal del Medioevo. También Brigantium vio declinar su pujanza demográfica y comercial durante los
siglos V y VI. Sin embargo, los restos arqueológicos recogidos en las proximidades de la costa
coruñesa atestiguan que el tránsito mercantil mantuvo cierta vitalidad hasta la Alta Edad Media, si
bien las referencias a la ciudad son escasas desde la llegada de los suevos a Galicia (año 409)
hasta finales del siglo IX, cuando las fuentes refieren los ataques vikingos a las costas del Farum
Brecantium.
La repoblación urbana de la conocida entonces como tierra o isla de
Faro comenzó en el siglo XII y, poco después, los textos escritos empiezan a referirse a la
ciudad con los nombres de «Crunia» o «Curunia», más o menos por la época en la que el monarca
Alfonso IX refundó la urbe ordenando a los habitantes trasladarse al actual emplazamiento.
A partir de este momento dos hechos van a determinar la evolución de A Coruña:
en primer lugar, su condición de ciudad de realengo en un reino dominado prácticamente en su
totalidad por un clero potentísimo y una nobleza autóctona especialmente depredadora y voraz. Así,
A Coruña
recibió casi siempre el apoyo de los reyes, que la favorecieron como a ninguna otra plaza del reino
de Galicia. Por otra parte, de nuevo su excelente emplazamiento le iba a permitir beneficiarse del
renacer económico y comercial que se produjo en toda Europa occidental durante los siglos XII y
XIII. Son los siglos de la consolidación de un pequeño núcleo urbano en torno a la actual Ciudad
Vieja. Juan II le concedió el título de ciudad en 1446. Durante la guerra civil (1475-1476)
entre Isabel I y Juana de Castilla, despectivamente denominada la Beltraneja, A Coruña dio
su apoyo a la primera, quien, tras su victoria, lejos de recompensar a la ciudad afianzando su
autonomía, la cedió al conde de Benavente. Los coruñeses resistieron durante meses el sitio al que
el conde los sometió en 1476 hasta que, al final, los Reyes Católicos optaron por confirmar la
condición de realengo de A Coruña. Los monarcas instituyeron además un tribunal de justicia, con
sede en A Coruña y no en
Santiago de Compostela,
para evitar las injerencias eclesiásticas.
La época de los Austrias
Carlos I presidió en 1520 las Cortes celebradas en la ciudad, antes de partir
desde el
puerto de A Coruña
para recibir la corona imperial de Alemania. Desde 1578, el tribunal de la Real Audiencia, hasta
entonces itinerante, y el capitán general se asentaron definitivamente en la ciudad, lo que, en
definitiva, hizo de A Coruña la capital judicial y militar de Galicia.
Tras el desastre de la Armada Invencible, en 1588, el puerto coruñés sirvió de
refugio para decenas de barcos. Apenas unos meses después, en mayo de 1589, la ciudad sufrió la
réplica inglesa con los ataques de la flota encabezada por Francis Drake. En la defensa de la plaza
se significó María Pita, heroína local que pronto entró a formar parte de la leyenda de la
ciudad.
El siglo XVII supuso una época de decadencia para la mayoría de los reinos de la
monarquía hispánica. El caso coruñés resultó, a este respecto, paradigmático: el aumento de
impuestos para financiar las continuas guerras del siglo fueron minando la prosperidad comercial de
la urbe herculina. La situación se agravaba porque A Coruña era un objetivo militar de primer nivel
y periódicamente debía hacer esfuerzos extraordinarios para resistir los ataques de corsarios y
armadas enemigas.
El siglo XVIII de A Coruña
La historia de A Coruña continúa con los primeros años del siglo XVIII en
los que se acentuaron las penalidades de A Coruña a causa de la Guerra de Sucesión. La ciudad
sufrió nuevos impuestos, obligaciones y reclutamientos. Una leve recuperación se inició a partir de
1716. Con todo, los registros de población reflejan bien las dificultades para crecer que tuvo la
ciudad entre finales del XVI y mediados del XVIII. Aunque los datos no sean completamente fiables,
señalan una tendencia: en 1571 A Coruña contaba con 1.000 «vecinos» (aproximadamente 3.600
habitantes) que solo llegarían a duplicarse en 1760 (2.051 vecinos para un total de 7.300
habitantes). En cualquier caso, la ciudad herculina pareció consolidar nuevamente su posición
económica con el desarrollo de la industria de salazón y tras recibir en 1764 el privilegio de
comerciar con algunos puertos de América en 1764 (aunque la medida quedó parcialmente neutralizada
a efectos prácticos cuando se liberalizó el comercio con América unos años más tarde).
La Guerra de Independencia
La creación de la Fábrica de Tabacos (1804) y la aparición de iniciativas
comerciales en otros ámbitos (tejidos, sombreros, cordonería...) vinieron a reforzar las buenas
expectativas con las que la ciudad cerró el siglo de las Luces. Sin embargo, a partir de 1808 todos
los esfuerzos se volcaron en responder a la invasión francesa de 1808, que marca el comienzo de las
hostilidades de la Guerra de Independencia. Ante el vacío de poder de los poderes del Estado, en A
Coruña se formó de forma autónoma una Junta General Provisional, cuyo presidente convocó una
reunión a representantes de todas las juntas gallegas. El encuentro tuvo lugar el 5 de julio de
1808 y en él se aprobó la constitución de una Junta de Galicia.
Mientras tanto, A Coruña fue escenario de algunas de las batallas más
importantes de la comunidad. La mayor de todas fue la Batalla de Elviña, acontecida el 16 de enero
de 1809, cuando las tropas francesas, superiores en número, batieron a un ejército inglés en
retirada. En los jardines de San Carlos se halla el monumento funerario de Sir John Moore, uno de
los generales ingleses muertos en la batalla y merecedor años más tarde de unos sentidos versos de
la gran poeta gallega Rosalía de Castro. Los franceses, sin embargo, no se quedaron mucho tiempo en
la urbe herculina. Ante la imposibilidad de someter la región y la necesidad de reforzar su
presencia militar en otras partes de España, el ejército francés se retiró de A Coruña y de Galicia
durante el verano de ese mismo año. El siglo XIX y la consolidación del liberalismo
La Constitución de Cádiz (1812) abrió una puerta a la esperanza para la
consolidación de las ideas liberales y democráticas en España, esperanza truncada con el regreso de
Fernando VII y la derogación de dicha Constitución. Desde el minuto uno, A Coruña se posicionó del
lado liberal en la dura pugna con el absolutismo (en fecha tan temprana como 1815 se produjo el
primer pronunciamiento en Coruña en defensa de la Constitución de 1812), lo que, teniendo en cuenta
los vaivenes políticos del siglo, le ocasionó no pocos problemas. Paradójicamente, las
turbulencias políticas no socavaron el progreso demográfico, urbano y comercial de A Coruña. De
hecho, el siglo XIX fue el siglo de la consolidación de
La Coruña
como uno de los núcleos más dinámicos del norte de España. A partir de 1887, año en el que se
consolidaron los censos de población, la ciudad experimenta una verdadera explosión demográfica.
Así, los 53.615 habitantes que la urbe tiene en 1900 se convierten en 74.132 en 1930, ascienden a
177.502 en 1960 y se acercan a los 240.000 en la década de los ochenta.
A lo largo del siglo XIX, por otra parte, florecen en A Coruña las tensiones y
problemas que caracterizaron la entrada de las sociedades europeas en la época moderna. Las
primeras referencias al movimiento obrero son de 1871. Dicho movimiento estuvo dominado por una
fuerte impronta anarquista, tendencia que ni siquiera la visita a la ciudad de Pablo Iglesias en
1891 pudo cambiar. La primera huelga registrada en A Coruña data de 1882 y contó con la
colaboración de socialistas y anarquistas.
El florecimiento de una conciencia galleguista
En paralelo a estos movimientos, aunque muchas veces con puntos de convergencia,
A Coruña asistió durante todo el siglo al resurgimiento de un regionalismo que, con el
transcurrir de los años, acabaría por desembocar en la cristalización de un verdadero nacionalismo
gallego. Rexurdimento es, precisamente, el nombre con el que tantas veces se denomina a la
segunda mitad del siglo para referir el proceso de recuperación de una personalidad propia en
Galicia. Aunque se trató de un movimiento principalmente cultural y literario, cuya consagración se
produjo con la publicación en 1863 de Cantares Gallegos, el poemario de Rosalía de Castro,
acabó expresando también una clara componente política, bajo la sempiterna dirección de Manuel
Murguía, prestigiosa figura y a la sazón marido de la propia Rosalía.
El grupo regionalista coruñés, encabezado por Murguía, fue uno de los grandes
responsables de la creación en 1906 de la Real Academia Gallega en la ciudad herculina, en cuya
sede tuvo lugar la fundación de las Irmandades da Fala, primera organización clara y
decididamente nacionalista. Las Irmandades da Fala crearon agrupaciones por todo el territorio
gallego, en las que se fueron integrando las principales figuras literarias, artísticas y políticas
de Galicia, desde Vilar Ponte a Vicente Risco, pasando por Otero Pedrayo o Castelao. La Irmandades
se disolvieron en 1931, con el advenimiento de la II República, para fundar el Partido
Galeguista.
II República y franquismo
Unos meses antes de que el grueso del nacionalismo gallego se articulase en
torno al Partido Galeguista, se produjeron las elecciones que, a la postre, significaron el exilio
del monarca y el derrumbe de la institución monárquica. En dichas elecciones, los partidos
republicanos obtuvieron 34 concejales frente a los 5 de los monáquicos. Una vez más, A Coruña
volvía a expresar con nitidez el vigor de su alma progresista y republicana. Por eso no sorprende
que la ciudad se erigiese en uno de los focos de resistencia frente a la sublevación militar de
1936. Sin embargo, ni siquiera la llegada de obreros de Lousame y Viveiro para reforzar las fuerzas
leales a la legalidad republicana pudo evitar el triunfo de la sedición. A partir del 24 de julio,
de hecho, la represión franquista y fascista que se desató en A Coruña fue brutal y dejó cientos de
paseados y ejecutados. Entre los fusilados se contaron el alcalde Suárez Ferrín y el
gobernador civil Alfredo Pérez Carballo.
Durante la dictadura, los planes de desarrollo de la década de los sesenta
propiciaron el nacimiento de la refinería de petróleo y varios polígonos industriales. Ya antes, en
1941, la reindustrialización de Coruña había dado sus primeros pasos con la creación de FENOSA. En
cualquier caso, el desarrollismo franquista implicó la construcción acelerada de nuevos barrios
dominados por los bloques de edificios sin un plan urbano rector. Como sucedió con casi todas las
ciudades gallegas y españolas, las nefastas consecuencias para el urbanismo de A Coruña perdurarían
para siempre. |