La catedral de Santiago de Compostela, cumbre de las iglesias de peregrinación que jalonan
el norte peninsular desde los Pirineos hasta el finis terrae atlántico, se erige como la más
excelsa expresión del arte románico en España. El significado del templo compostelano, con todo,
hace tiempo que rebasó los límites de la esfera artística para dotar de legitimidad y sentido uno
de los polos de ese triunvirato de ciudades espirituales (Santiago de Compostela, Roma, Jerusalén)
alrededor del cual se ha articulado buena parte de la historia europea de los últimos dos mil años,
al menos en el plano de los símbolos. Ciertamente, Santiago de Compostela fue la última en
incorporarse a tan ilustre tríada y su fama, por así decir, es más reciente. En cualquier caso, la
leyenda cristiana asegura que en la
catedral de Santiago de Compostela
se encuentra el sepulcro del apóstol Santiago, cuyo cuerpo, tras ser decapitado en Jerusalén a
instancias de Herodes en torno al año 44 de nuestra era, habría sido trasladado a Galicia por
algunos de sus discípulos en una barca de piedra. A pesar de lo inverosímil del relato, en el siglo
IX surgió un potentísimo culto, seguramente asociado a las necesidades políticas y militares de los
reinos cristianos que se veían asediados por el empuje musulmán, que no solo hizo de Santiago
Matamoros el patrón de España, sino que acabó convirtiendo la peregrinación a
Santiago de Compostela
en uno de los ejes simbólicos de la re-unificación de Europa. Son muchos los historiadores que
piensan que con el mito de Santiago nació la idea moderna de Europa, una concepción que, si bien se
remonta a los tiempos del Imperio romano, adquirió perfiles nuevos con el surgimiento y desarrollo
del cristianismo en los años previos a las invasiones bárbaras. Nótese que, junto con la
consolidación del islam en todo el arco meridional del Mediterráneo, el otro gran acontecimiento
político a caballo de los siglos VIII y IX en Occidente fue el denominado Renacimiento
carolingio. Apenas resulta sorprendente, así las cosas, que la eclosión del culto y la
cimentación del mito de Santiago coincidiesen prácticamente en el tiempo con la entronización de
Carlomagno como emperador. Los carolingios fueron decididos fomentadores de la peregrinación a
Santiago y al propio Carlomagno la posteridad lo ha visto como el padre de Europa. La
aparición del sepulcro de Santiago
De manera que, según la tradición vigente, en torno al año 814 un monje
ermitaño, de nombre Pelayo para más señas, que tenía su choza o cabaña en una zona próxima al
actual emplazamiento de Santiago de Compostela descubrió atónito unas luces muy llamativas
decorando los cielos. Tras avisar a la autoridad eclesiástica competente, que no era otro que
Teodomiro, el obispo de Iria Flavia, se halló el sepulcro, se reconoció el milagro, se informó a
los distintos reyes y señores cristianos (no solo de la pequeña área peninsular fuera de la
influencia musulmán: la noticia corrió como la pólvora y llegó a la misma Aquisgrán, a la sazón
ciudad imperial y sede política de la Corte carolingia), principiándose de inmediato la
construcción de una capilla. Pocos historiadores, si es que ha habido alguno, han reparado en la
extraordinaria coincidencia de fechas: el 28 de enero del año 814 fue el día en que murió
Carlomagno. ¿No resulta una casualidad un tanto forzada que unas pocas semanas, o meses, después
del fallecimiento del gran valedor del nuevo Imperio europeo y fundador de una primigenia Unión
Europea de cuño romano y matriz cristiana, cuando existía el temor de que sus reinos se cuarteasen
entre sus herederos (como de hecho así sucedió) y su frágil legado se desvaneciese en el fragor de
los siglos, se produjese la epifanía apostólica en un rincón perdido del continente cristiano? Lo
cierto es que, a pesar de que el Imperio carolingio se dividió, el ejemplo de Carlomagno perduró a
través de los tiempos, siendo repetidas veces imitado (no siempre, claro, con tanto éxito). Y,
curiosamente, una de las nuevas fuerzas que coadyuvó en esa misión histórica, universal, de
reunificar Europa bajo la bandera de una Cristiandad homogénea y unida (por lo menos unida en el
credo religioso), fue la que empezó a converger en aquel noroeste peninsular donde a un monje
eremita se le apareció tal especie de fuegos, a saber si fatuos o solo de artificio. Sin duda, los
designios de la Historia son inescrutables.
La catedral primitiva
Sea como fuere, no estamos aquí para emitir juicios de valor. No hubo nada de
milagroso, y sí mucho de hábil estrategia política, en la rapidez con la que reaccionó el monarca
Alfonso II, quien, considerando tal vez que una capilla era un edificio indigno de la grandeza del
apóstol, mandó construir una iglesia sobre el sepulcro y se convirtió, al parecer, en el primer
peregrino que visitó el santuario. Que el empeño era serio nos lo revela el hecho de que a esa
iglesia se le concedió categoría de basílica episcopal, además de distintos privilegios, como el
baptisterio de San Juan Bautista. Con muros de mampostería, se supone que el templo era de una sola
nave con cubierta de madera. Pero tampoco esa iglesia duró demasiado. La iglesia prerrománica
inaugurada por Alfonso III contaba ya con tres naves. La cubierta seguía siendo de madera y el
baptisterio estaba pegado al muro norte. A lo largo de todo el siglo X, la fama de la basílica fue
creciendo como santuario de peregrinación. El propio Almanzor, en una razzia de 997, se
dirigió al lugar donde estaba la iglesia y la destruyó. Sin embargo, la tradición dice que respetó
el sepulcro del apóstol, una omisión muy oportuna para aumentar el prestigio de aquella tumba. Lo
cierto es que el ataque de Almazor fue doblemente oportuno. Aunque Pedro de Mezonzo, a la sazón
obispo, y el rey Vermudo II ordenaron la reconstrucción de la basílica, cada vez estaba más claro
que, para atender el creciente número de peregrinos, había que levantar un templo todavía más
grande. Por supuesto, para eso se necesitaba que el arte y la ingeniería alcanzasen un punto de
madurez hasta entonces imposible en Europa. En otra estupefaciente casualidad, el siglo XI verá la
definitiva eclosión, triunfo y difusión de un arte constructivo a la altura de las nuevas
ambiciones: el románico. De modo que puede decirse que Compostela estaba en el sitio apropiado a la
hora adecuada, así que si no fue al cabo un milagro del apóstol que baje Dios y lo vea. Bromas
aparte, fue finalmente en el año 1075 cuando se decidió construir una gran catedral románica bajo
supervisión del maestro Bernardo el Viejo y de su ayudante Galperinus Robertus, siendo obispo Diego
Peláez. Este intrépido prelado, auténtico hijo de su tiempo, se involucró totalmente en las
intrigas políticas de la época. Defensor de la legitimidad de García, el desdichado rey de Galicia
que había sido alevosamente capturado por su hermano Alfonso VI, a la sazón rey de León, su
enfrentamiento con el monarca leonés se acrecentó cuando este devolvió a Toledo, reconquistada por
los cristianos en 1085, la condición de cabecera política y eclesiástica que tuviera durante la
monarquía visigoda. Peláez soñaba con una Compostela convertida en primera ciudad cristiana del
Occidente europeo, acaso solo por debajo de la misma Roma. A tal fin, el obispo no dudó en buscar
un candidato al trono gallego, un pretendiente de alcurnia que garantizase la supremacía e
independencia de
Compostela
como sede apostólica y meta universal de la cristiandad jacobea. Al parecer, lo encontró en la
figura de Guillermo el Conquistador, aunque sin fortuna, pues Diego Peláez acabó siendo depuesto de
su cargo y hecho prisionero por el belicoso Alfonso VI en 1088. Ese año, por consiguiente, las
obras de la
catedral de Santiago de Compostela
se interrumpieron. Pero no por mucho tiempo. Diego Gelmírez, digno sucesor de Peláez, asumió el
mando y consiguió darle un nuevo impulso a la construcción, especialmente después de ser nombrado
obispo en el año 1100. Para entonces, el maestro Esteban ya llevaba algunos años trabajando en la
catedral. Esteban, uno de los mejores arquitectos y escultores del románico, fue el autor de la
mayoría de las figuras que componen la asombrosa fachada de las Platerías. Más tarde, en 1109, se
hizo cargo de las obras el maestro Bernardo el Joven. Aunque la catedral fue consagrada en 1128,
todavía había de iniciarse una tercera fase constructiva en torno al año 1168 y bajo la dirección
del maestre Mateo, universalmente famoso por haber concebido el Pórtico de la Gloria, la auténtica
joya de la corona de la catedral compostelana. Modificada y ampliada varias veces con el transcurso
del tiempo, la última etapa de grandes transformaciones constructivas tuvo lugar durante el Barroco
y se extendería hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando Fernando de Casas Novoa diseñó la actual
fachada del Obradoiro.
Estructura de la catedral: las naves
A pesar de las referidas modificaciones posteriores, la catedral de Santiago
conserva básicamente la estructura románica original. Como se ha dicho, el templo santiagués
representa la cúspide del modelo de iglesias de peregrinación, tanto por sus colosales dimensiones
como por las distintas soluciones arquitectónicas que ensaya precisamente en respuesta al desafío
de construir un templo de semejante tamaño. La catedral ocupa un área de 8.000 metros cuadrados.
Presenta planta basilical de cruz latina con tres naves longitudinales de una longitud cercana a
los 100 metros y otras tres naves en el eje transversal correspondientes al crucero de casi 70
metros. La nave central alcanza en su punto de máxima altura los 32 metros. Las naves laterales se
cubren con bóveda de arista mientras que la central, de mayor anchura, se sostiene con bóveda de
cañón sobre arcos fajones. La tribuna, que se sitúa sobre las naves laterales, se extiende por el
crucero y la girola, conformando un colosal triforio con balcón de ventanas de doble arquería que
confiere a la catedral una esbeltez difícil de encontrar en otras iglesias románicas. Asimismo,
dota a las naves de una claridad inusual. En el crucero, la antigua torre románica se reemplazó por
el actual cimborrio gótico, que presenta además alteraciones de la época barroca. El cimborrio,
cubierto con cúpula nervada, se levanta sobre un tambor octogonal erigido sobre trompas. Alrededor
del altar mayor, la cabecera está rodeada de un deambulatorio al que se abren las capillas.
Capillas de la catedral de Santiago
Alrededor del altar mayor, la cabecera está rodeada de un deambulatorio al que
se abren las capillas. Preside la girola la capilla del Salvador. Esta capilla se remonta a la
primera fase constructiva de la catedral de Santiago de Compostela, como demuestran las
inscripciones que hay en dos capitales de entrada. Las inscripciones, en latín y datadas en el año
1075, hacen referencia tanto al rey Alfonso VI como al obispo Peláez. La capilla presenta al
exterior planta rectangular, si bien cuenta con un ábside semicircular y dos absidiolos. Posee un
retablo en mármol policromado realizado por Juan de Álava en el siglo XVI. A la izquierda se abre
la capilla de San Juan y a la derecha la antaño llamada capilla de San Pedro, convertida
posteriormente en la capilla de la Azucena o de doña Mencía. Contiene el sepulcro renacentista de
Mencía de Andrade, obra de Juan Bautista Celma. El retablo barroco de la capilla fue diseñado por
Fernando de Casas Novoa. A continuación se encuentra la capilla de Mondragón, donde destaca la
Lamentación sobre Cristo muerto, un relieve en terracota hecho en 1526 por Miguel Perrín.
Donde estaba la capilla de San Andrés, construida por orden de Diego Gelmírez, hoy se halla la
capilla del Pilar. Antonio de Monroy, arzobispo de Santiago a finales del siglo XVII, le encargó la
obra a Domingo de Andrade en 1694. Tras la muerte de este, fue Fernando de Casas quien la finalizó
a partir de 1712. Muy notable es la cúpula y destaca asimismo el sepulcro del arzobispo en forma de
estatua orante. Por el lado izquierdo de la capilla del Salvador se encuentra la capilla de Nuestra
Señora la Blanca. Contiene los sepulcros de Juan de España y otros miembros de la familia. A
continuación se abre la ya mencionada capilla de San Juan, seguida por la de San Bartolomé (o
capilla de la Santa Fe). Conserva restos románicos y el sepulcro renacentista de Diego de Castilla.
La capilla mayor, románica en origen, fue reformada completamente en la época barroca. Siglos más
tarde, tras las disposiciones del Concilio Vaticano II, se trasladó al centro del crucero. El
baldaquino, en madera dorada, es obra de de José de Vega y Verdugo. Se emplearon columnas
salomónicas y una ostentosa decoración que le confiere un aspecto fastuoso. El baldaquino está
coronado por la imagen ecuestre de Santiago. En el centro de la capilla se levanta el mausoleo del
Apóstol, el denominado camarín, que es donde se halla la imagen sedente de Santiago en
piedra policromada y realizada a principios del siglo XIII. Precisamente, es esta imagen la que
abrazan los peregrinos cuando entran en la catedral. Bajo la capilla mayor se encuentra la cripta
con los presuntos restos del apóstol. Hay otras capillas en la catedral, aunque ninguna tan
importante como la capilla de las Reliquias o Panteón Real. Esta capilla alberga, además de
distintas reliquias, las tumbas de varios nobles y monarcas. La cripta y el pórtico de la
Gloria
La cripta del pórtico de la Gloria, impropiamente llamada catedral vieja,
está situada a los pies de las naves. Aunque su construcción se inició antes de la llegada del
maestro Mateo, lo cierto es que tanto la cripta como el pórtico van asociados al nombre del gran
arquitecto y escultor medieval, sin duda uno de los más grandes artistas de su época. El documento
más antiguo que se conserva referido a Mateo es de 1168. Para esa fecha ya había asumido la
dirección de los trabajos. En el propio pórtico aparece una inscripción de 1188 que viene a
representar como la firma del autor una vez finalizada la obra. Con todo, el conjunto no estaría
definitivamente terminado hasta 1211. A pesar de que la mayoría de alabanzas se han centrado en el
pórtico, la cripta ha suscitado la admiración de numerosos expertos a lo largo del tiempo. Muchos
estudiosos han destacado la inspiración borgoñona de la misma. Está presidida por un gran pilar al
que se unen ocho columnas. Delante del pilar se desarrolla una nave transversal compuesta por
cuatro tramos, tal si fuese un crucero, cubiertos mediante bóvedas de crucería. En las claves de la
bóveda central aparecen dos ángeles, uno sosteniendo el disco solar, el otro la luna creciente. El
acceso y entorno de la cripta, realizada originalmente para sostener el pórtico de la Gloria
salvando al mismo tiempo el desnivel entre las naves y el espacio que ocupa hoy la plaza del
Obradoiro, experimentó importantes modificaciones cuando se construyó la escalinata que desde hace
siglos la rodea. Adviértase asimismo que la construcción de la fachada barroca obligó a acometer
importantes reformas en el pórtico: se redujo su tamaño y algunas de sus figuras fueron trasladadas
(actualmente se hallan en el Museo Catedralicio). Otro detalle que no conviene olvidar es que los
expertos consideran que otros maestros ayudaron a Mateo en la realización de la obra. Probablemente
fueron cuatro los escultores que, en uno u otro momento, volcaron su inspiración y su talento para
confeccionar el que, sin duda, es uno de los símbolos de la catedral.
El pórtico de la Gloria está compuesto por tres arcos de medio punto, como tres
son las naves de la
catedral de Santiago de Compostela,
apoyados en gruesos pilares con columnas adosadas. El arco central es el mayor, posee tímpano y
parteluz, es decir, la columna central que lo divide y en la que se halla una escultura de
Santiago. La iconografía se inspira en el libro del Apocalipsis. El poderoso tímpano muestra al
pantocrátor, con la representación de Cristo en majestad enseñando las heridas de la crucifixión en
pies y manos. A Cristo lo rodean el tetramorfos, las figuras de los cuatro evangelistos con los
atributos que los caracterizan, y una serie de ángeles que portan los instrumentos de la pasión.
Sobre la cabeza de los ángeles se agitan las almas de los bienaventurados o turba celeste. Por
encima, en la arquivolta que corona el tímpano aparecen los 24 ancianos del Apocalipsis. Se los
representa sentados y cada uno de ellos portando un instrumento musical. Se trata de figuras llenas
de realismo y plasticidad: las esculturas, lejos de presentar una rigidez inerte, ensayan escorzos
de movimiento que dan al conjunto un dinamismo indescriptible. El detalle con el que se esculpieron
los instrumentos ha permitido su reconstrucción e incluso se han dado conciertos con ellos. El
tímpano se sostiene mediante un parteluz que presenta la imagen sedente del apóstol. En la parte
posterior de la base del parteluz, mirando hacia el altar mayor, hay una pequeña estatua que
representa al propio maestro Mateo arrodillado y sosteniendo un cartel que reza Architectus.
Se trata del conocido popularmente como Santo dos Croques, nombre que la estatua recibe por
la secular costumbre de los vecinos de Compostela, asumida más tarde por los peregrinos, de chocar
tres veces la cabeza con la de la estatua al entrar en la catedral.
Las jambas de las puertas, tanto de la central como de las laterales, poseen
otro de los tesoros artísticos del pórtico: las representaciones de apóstoles y profetas.
Nuevamente la mano del escultor ha sabido dotar a las estatuas de un color y dinamismo inusual en
el arte románico. Del conjunto de rasgos y poses, el observador se sorprende al detectar la
enigmática sonrisa de Daniel. La tradición dice que la pícara sonrisa está motivada por la figura
de mujer que se halla frente a él, una estatua femenina de vigorosa presencia que podría
representar a la mismísima reina de Saba.
En definitiva, el pórtico de la Gloria es un conjunto escultórico y monumental
de altísimo valor artístico. Se trata de uno de los grandes legados del arte medieval que hemos
recibido y refleja mejor que ninguna otra obra de la época la transición que el románico
experimenta en su tránsito hacia el naturalismo gótico. Por último, conviene tener presente que el
pórtico original estaba policromado. Los colores utilizados eran el negro, blanco, azul, rojo y
dorado. Desde hace años está en marcha un proyecto para devolverle a la obra parte de la policromía
perdida debido al paso del tiempo, lo que sin duda aumentaría todavía más el esplendor con que el
pórtico sigue asombrando a los hombres del tercer milenio.
Fachadas de la catedral de Santiago de Compostela
La fachada del Obradoiro, una de las imágenes emblemáticas de Compostela, cierra
la catedral por el oeste. Pensada para proteger el pórtico de la Gloria, su construcción lo ocultó
a la vista exterior y además sepultó la cripta. La fachada del Obradoiro, obra del gran arquitecto
gallego Fernando de Casas Novoa, presenta un diseño piramidal cuyo esquema general deriva de los
arcos de triunfo romanos. Cuenta con un gran retablo central flanqueado por dos torres, la de las
Campanas a la derecha, la de la Carraca a la izquierda. La monumentalidad de la fachada está
definida por el empleo de columas exentas. Grandes ventanales permiten iluminar la nave y los
efectos de transparencia y la escenografía del conjunto se alimentan de una exuberante decoración.
La fachada está coronada por una imagen del apóstol vestido con la indumentaria de peregrino. La
escalinata, anterior a la fachada de Casas Novoa, la realizó Ginés Martínez entre finales del XVI y
principios del XVII. De estilo renacentista y en forma de rombo, rodea la entrada a la cripta del
pórtico de la Gloria.
La fachada sur es la de las Platerías. Esta fachada es la única que conserva su
aspecto románico original, si bien se alteró parcialmente la organización de sus elementos tras el
incendio de 1117. Presenta dos puertas con arquivoltas sostenidas en once columnas adosadas y
tímpanos historiados donde se representan escenas del Nuevo Testamento. En el de la izquierda, se
trata el tema de las tentaciones de Cristo. El tímpano de la derecha, por su parte, muestra
diversas escenas relacionadas con los Magos y la pasión. La fachada de las Platerías se asoma a una
bella placita de nombre homónimo. En la confluencia de dicha plaza con la de la Quintana se levanta
la magnífica torre del Reloj, popularmente conocida como la Berenguela. Domingo de Andrade reformó
la torre medieval, construida a instancias del arzobispo Berenguel de Landoira en el siglo XIV, con
dos cuerpos adicionales, uno cúbico y otro octogonal, a los que todavía añadió un pequeño templo
coronado con una cúpula.
La fachada norte es la de la Azabachería o, en gallego, Acibecharía. La
fachada se abre a la actual plaza de la Inmaculada. La portada románica original se incendió en el
siglo XVIII y tuvo que ser demolida. Lucas Ferro Caaveiro empezó a construirla en estilo barroco,
pero Clemente Fernández Sarela y Domingo Lois Monteagudo la finalizaron dándole un aspecto
neoclásico. Actualmente la fachada conserva detalles de clara ascendencia barroca.
La fachada este es la que se asoma a la plaza de la Quintana. Esta fachada
cuenta con varias puertas. El Pórtico Real, de estilo barroco, lo finalizó en 1700 Domingo de
Andrade sobre una traza de José Peña de Toro. Por esta puerta ingresaban los monarcas en la
catedral compostelana.
La Puerta Santa o del Perdón solamente se abre en año santo o jubilar, es decir, cuando el 25 de
julio cae en domingo. En realidad, la que se ve desde la plaza de la Quintana no es la verdadera
Puerta Santa, sino una antesala diseñada por Peña de Toro en el siglo XVII. Es al rebasar la que
podríamos llamar Puerta Santa exterior cuando al fin se llega a la puerta interior o auténtica
Puerta Santa, punto de entrada al deambulatorio del ábside de la catedral. La tercera y última
puerta de la fachada de la Quintana es la de los Abades. |